Desde el principio

Written on 0:06 by MrPan

Todo comenzó el día en que ente mi padre y mis tíos compraron una videocámara doméstica, hace hoy más de diez años, cuando se consideraba aún un artículo de lujo con el que pensaban inmortalizar los viajes, cumpleaños y reuniones familiares en general. Cuando la vi y la probé por primera vez, mi cabeza de niño extraño con sobredosis de fantasía (prácticamente la que conservo) empezaba a crear imágenes sueltas con las que colorear mil películas. Me entusiasmaban aquellos increíbles efectos: ¡blanco y negro, sepia o efecto espejo! Lo poderoso que me sentía con aquel objeto mágico que abría ante mis ojos tal gigantesco abanico. Ahora que lo pienso… supongo que fue uno de los momentos más felices de mi vida. En ese momento en el que cada hora te enseña algo del mundo que no sabías, en que las decepciones pesan aún más que en otras etapas, de repente sostenía aquel tesoro entre mis pequeñas manos, impaciente por empezar a utilizarla.

Desgraciadamente, la excitación era general en la familia y todos avisaban de sus futuros compromisos con la cámara. Yo voy a Brasil el mes que viene. Nosotros vamos a casa de Nieves a Albacete en mayo. Entonces, mi padre, el subteniente, habló: nosotros la llevaremos a Lebrija en verano. Bien, solo me quedaban seis meses de espera por delante para que fuese mía, para disfrutarla al cien por cien. Terminé aquella noche de hacerle el rodaje al zoom digital de aquella vieja Panasonic y me marché a casa. Mi hermana Esther era demasiado pequeña para comprender la bomba efusiva que me apretaba el esternón, pero sabía que sería mi primera actriz-cobaya. En el asiento trasero del Renault 18 del subteniente, miraba las luces de la noche pasar deprisa desde la ventanilla y mi cabeza, lejos como siempre de mi entorno físico, seguía navegando entre cientos de historias y efectos especiales encerradas en aquel pequeño cacharro… como si fuese una lámpara mágica.

Sí, eso era: una lámpara mágica.

Pasó menos tiempo del que esperaba. Mi familia de divide entre andaluces y cubanos. No hay una mezcla de sangre más novelera y dispuesta a hacer una fiesta, almuerzo o cena copiosa con cualquier excusa. Ahí comencé a grabar, cuando se cansaban los mayores de sostener aquella cámara que pasaba de mano en mano constantemente bajo mi atenta y firme mirada, quieto, en un rincón, esperando el momento perfecto para hacerme con ella. Metí la mano entre la correa de la empuñadura, mis dedos apenas alcanzaban el zoom y mi pulgar acariciaba el gatillo rojo donde ponía en mayúscula REC. Experimenté sin parar movimientos imposibles, giros, perspectivas… mi mundo estaba dentro de aquel pequeño visor en blanco y negro. A la hora de reunirse y visionar las cintas, siempre descubrían, entre bailes y aperitivos, mensajes a cámara aplaudiendo la comida o el detalle de aquel que aportase el lugar de reunión, planos a ras de suelo espiando un saltamontes, travellings interminables y veloces por los pasillos o las palomas en el balcón rodeadas de nubes que se movían tímidas desde el cielo. Por supuesto nadie le daba más importancia que la del gasto estúpido que les hacía a las cintas.

Recuerdo que mi padre se esforzaba en seguir las instrucciones básicas que traía consigo la cámara. Recuerdo su cara de concentración, su postura perfecta: totalmente derecho, con el brazo haciendo un exacto ángulo de noventa grados. Si tenía que hacer una toma desde abajo, clavaba una rodilla como un caballero medieval, y apoyaba el visor en su ojo, entre las gafas y la gorra. Los demás intentábamos imitarlo, pero supongo que la disciplina no crece de la misma forma en todas las personas. De momento, sabía que lo que me tocaba era representar mi papel cómico ante la cámara, actuar con la gracia que todos esperaban y aguardar solo unos meses más, hasta que llegase mi hora.

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